Hay en nuestra vida momentos sublimes. Instantes donde nos sentimos
parte del todo. Donde tocamos el cielo con las manos. Donde todo nuestro ser
vibra al unísono.
Momentos, donde todo fluye de acuerdo a la maravillosa perfección del
Universo. Donde uno, desde su imperfección humana, puede casi ver la perfección
de Dios, aunque sea como si la viéramos por el ojo de la cerradura. En esos
instantes todo es inspiración, bienestar, plenitud. Somos capaces de solucionar
todos y cada uno de los problemas, de nuestros acertijos humanos, de nuestras
dudas y también de nuestras confusiones. Somos nosotros mismos, pero en estado
de iluminación. Nuestra claridad mental es tal, que parecemos en esos momentos
superdotados. Casi podríamos decir que nos acercamos al amor incondicional,
aquel que se puede sentir en un estado vibracional muy elevado. Somos uno con
nuestra alma, aquella que pugna continuamente en todo instante por salir, porque
la dejemos aflorar. Y nuestra sabiduría interna se muestra. Y comenzamos a
exteriorizar iluminadamente conceptos, comprendemos mucho más allá de lo común,
nuestra consciencia se expande más y más y la auténtica verdad se manifiesta
sin ningún temor y con una incontenible fuerza capaz de romper cualquier
barrera a su paso, como si fuera un barco que supera la mayor tempestad que le
puede tocar en un mar embravecido.
La luz se intensifica en su máximo esplendor y todo lo que nos rodea se
ilumina, sin importar lo que esté a nuestro alrededor, ni donde, ni con quien o
en que circunstancia nos encuentre.
Es, simplemente, un “estado de gracia” y todas nuestras células responden
a ese estado. Es allí, cuando, aunque sea por una pequeñísima fracción de
tiempo, podemos ser verdaderamente quienes somos, de dónde venimos y a dónde
vamos. Somos ese “todo”, somos “Dios”, somos “amor”, somos “paz”.
El maravilloso esplendor de la consciencia se manifiesta haciéndonos
sentir increíblemente elevados espiritualmente. En esos momentos, es cuando
debemos dejar que fluya nuestra mayor inspiración. Es cuando el artista debe
poner manos a la obra, cuando el pintor puede plasmar sus mejores pinturas,
cuando el músico es capaz de transformar en acordes la música celestial, cuando
el escritor llena hojas con una sublime combinación de palabras, cuando al
inventor se le ocurren las creaciones más maravillosas, cuando el científico
encuentra las respuestas que buscaba desde hacía mucho tiempo, en definitiva,
cuando la persona es capaz de crear y resolver todo lo que se encontraba a su
alrededor y no encontraba las respuestas.
El “estado de gracia” existe, no es ni va a ser un estado constante,
porque nuestra vida transcurre en la imperfección, pero puede aparecer en
cualquier instante y nos demuestra que somos capaces de tocar, aunque sea muy
circunstancialmente, la perfección de Dios, de la cual somos parte y está ahí a
nuestro alcance, cuando somos capaces de alcanzarla, para poder ser, la mejor versión de nosotros
mismos... Y es maravillosamente fascinante cuando la podemos sentir, aunque
sea un instante.
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