ATENCIÓN: El material que sigue a continuación es una pequeña selección de lo más destacado que hemos publicado hasta el momento.
SUEÑA (De “El Jorobado de Notre Dame”) (Del N° 36)
Sueña con un mañana, un mundo nuevo debe llegar.
Ten fe, es muy posible si tú estás decidido.
Sueña que no existen fronteras, ni amor sin barreras, no mires atrás.
Vive, con la emoción de volver a sentir, a vivir en paz.
Siembra en tu camino un nuevo destino y el sol brillará.
Donde las almas se unan en luz, la bondad y el amor renacerán.
Y el día que encontremos ese sueño cambiará.
No habrá nadie que destruya de tu alma la verdad.
RITO INDIO (Del N° 58) (Extraído de www.luzysabiduria.com)
¿Conocés la leyenda del rito de pasaje, de la juventud a la adultéz de los indios Cherokee?
El padre lleva a su hijo al bosque, con los ojos vendados y le deja solo. El jóven tiene la obligación de sentarse en un tronco toda la noche y no quitarse la venda hasta que los rayos del sol brillan a través de la mañana.
No puede pedir auxilio a nadie. Una vez que sobrevive la noche, él ya es un hombre.
Además no puede hablar a los otros muchachos acerca de esta experiencia, debido a que cada chico debe entrar en la masculinidad por su cuenta. Esas son las reglas que debe cumplir.
El niño está naturalmente aterrorizado. Durante esas horas, puede oír toda clase de ruidos. Bestias salvajes que rondan a su alrededor. Quizás algún humano le puede hacer daño. Escucha el viento soplar y la hierba crujir y él debe mantenerse sentado estoicamente en el tronco, sin quitarse la venda. Esa es la única manera en que podrá llegar a ser un hombre.
Finalmente, después de una horrible noche, el sol aparece y al quitarse la venda, es entonces cuando descubre a su padre sentado junto a él. Su padre veló toda la noche, para proteger a su hijo del peligro.
Así, nosotros tampoco estamos nunca solos. Aun cuando no lo sabemos, siempre hay alguien que está velando por nosotros, sentado en un tronco a nuestro lado.
INFORMES DE LA NUEVA TIERRA (Del N° 13)
PARTOS EN EL AGUA - DELFINES PARTEROS
Por : Drunvalo Melchizedek
(Extraído de: “El Antiguo Secreto de la Flor de la Vida I”)
Un ruso llamado Igor Charkovsky ha estado involucrado en el nacimiento bajo el agua durante mucho tiempo. Él y su equipo habían llevado a una mujer al Mar Negro para un nacimiento. Estaban allí preparados, con la mujer recostada en el agua como a dos pies de profundidad . Según recuerdo, se acercaron tres delfines, empujaron a todos hacia un lado y tomaron el control. Los delfines hicieron algo que parecía como un escaneo desde arriba hacia abajo de su cuerpo, algo que yo he experimentado y que produce algo en el sistema humano. La mujer dio a luz casi sin dolor ni miedo. Fue una experiencia fenomenal Esa experiencia del parto bajo el agua comenzó una nueva práctica usando delfines como parteros, que se ha extendido en todo el mundo. Hay algo respecto al sonar que proyectan los delfines en el momento del nacimiento que parece relajar a la madre .Los delfines tienen preferencias con los humanos. Si van a nadar con delfines y hay niños alrededor, ellos van primero con los niños. Si no hay niños van con las mujeres. Si no hay mujeres van con los hombres. Y si hay una mujer embarazada, todos pueden olvidarse, ella obtiene toda la atención. Ese pequeño bebé por llegar es lo más grande de todo. Los delfines se emocionan mucho cuando ven un nacimiento humano. Simplemente les encanta. Ellos pueden hacer cosas realmente asombrosas. Los bebés que nacen con delfines parteros, son niños extraordinarios, ninguno tiene un coeficiente Intelectual menor a 150 y todos tienen cuerpos emocionales extremadamente estables y cuerpos físicos sumamente fuertes. Parecen ser superiores de una forma u otra.Cuando una mujer está flotando en el agua, parece que la mayoría de las complicaciones se resuelven solas.
Una mujer asistente de Charkovsky trajo filmaciones que se tomaron durante los nacimientos. Observé dos películas de dos mujeres diferentes dando a luz, que no solamente no sentían ningún dolor sino que experimentaban un placer total mientras daban a luz. También he visto algunas películas donde los bebés y los niños de dos o tres años duermen bajo el agua en el fondo de la piscina y aproximadamente cada diez minutos salen a la superficie mientras están dormidos, giran sus caras sobre el agua, toman una respiración y regresan a acomodarse en el fondo otra vez. Estos niños viven en el agua, ese es su hogar. Se les está dando un nombre, casi como si fueran una especie diferente. Las personas los están llamando homodelfinus. Parece ser una mezcla entre humanos y delfines. El agua se está convirtiendo en su medio natural y son extremadamente inteligentes.
HE APRENDIDO QUE ... Por William Kochen (Del N° 51)
He aprendido que todo lo que tengo no lo tengo, y no es más mío que tuyo.
He aprendido que para buscar a Dios no hay que mirar al cielo, basta con pararse adelante del espejo.
He aprendido que todo lo que hago, lo tengo que hacer con amor, solo así valen las cosas.
He aprendido que hay que saber perdonar, solo así se puede estar en pie con uno mismo.
He aprendido que todos tenemos la oportunidad, solo hay que querer verla.
He aprendido que hay que cerrar los ojos y confiar en Dios, pues Él es el mejor guía.
He aprendido que todo lo que he pasado, me ha ayudado a crecer, tanto lo bueno como lo malo.
He aprendido que todo lo que existe es el aquí y ahora, el pasado ya paso y el futuro no es más que una conjunción de los dos anteriores.
He aprendido que nada es bueno ni malo, sino diferentes formas de aprender de distintas situaciones.
He aprendido que nada de lo que hago es en vano , sino que siempre trae un gran aprendizaje detrás.
He aprendido que toda ayuda al prójimo, es uno de los fines de la vida.
He aprendido que nada de lo que me pase, ocurre sin mi permiso.
He aprendido que cuando todo sale del corazón, es perfección.
He aprendido que la felicidad no es un fin, sino el medio con que vivir.
He aprendido que todo es Dios, creamos o no en Él.
SI NOSOTROS HICIÉRAMOS LO MISMO... (Del N° 5)
(Extraído de la historia de Elezeard Bouffier, por Jean Giono)
Para que el carácter de un ser humano revele cualidades verdaderamente excepcionales, es necesario tener la suerte de poder observar sus acciones durante muchos años. Si esta acción está despojada de todo egoísmo, si la idea que la dirige es de una generosidad sin precedente, si es absolutamente seguro que no hay en ella una búsqueda de recompensa, y que, sobre todo, ha dejado huellas visibles sobre el mundo, estamos, sin riesgo de errores, ante un carácter inolvidable.
Hace unos cuarenta años realicé un largo viaje a pie por las alturas montañosas, de una vieja región de los Alpes que penetra en la Provenza, al sur de Francia.
Como decía, fue entonces cuando emprendí mi largo paseo por esos desiertos, landas desnudas y monótonas, de unos 1200 a 1300 metros de altitud. Atravesaba la región en toda su extensión y , después de 3 días de marcha, me encontré en medio de una desolación sin precedentes. Acampé cerca de un esquelético pueblo abandonado. No había encontrado agua el día anterior, y necesitaba hallarla. Toda vida había desaparecido en ese lugar. El viento soplaba con una brutalidad insoportable. Me fue necesario levantar campamento. A las cinco horas de marcha de allí, no había encontrado agua ni nada que me pudiera dar la esperanza de encontrarla. Me pareció distinguir en la lontananza una pequeña silueta negra, erecta. Me dirigí hacia ella. Era un pastor. Una treintena de ovejas acostadas sobre la tierra ardiente descansaban alrededor de él.
Me hizo beber de su cantimplora y, un poco más tarde me condujo a su refugio.
Este hombre hablaba poco. Era algo típico de los solitarios, pero uno se sentía seguro con él y confiaba en esta seguridad. Vivía en una verdadera casa de piedra, su techo era sólido e impermeable. El viento que batía sobre las tejas parecía el ruido del mar en la playa. El lugar estaba en orden, la vajilla lavada, el suelo barrido, la sopa hervía en el fuego. Noté ahora que estaba bien rasurado. Compartió conmigo su sopa. Desde el principio quedó claro que yo pasaría la noche allí; el caserío más próximo estaba todavía a día y medio de marcha. Esos pueblos estaban habitados por leñadores que fabricaban carbón de madera.
El pastor que no fumaba, fue a buscar un pequeño saco y vació sobre la mesa una pila de bellotas. Se puso a examinarlas una después de otra con mucha atención, separando las buenas de las malas. Yo fumaba mi pipa. Me ofrecí a ayudarle. Me dijo que era asunto suyo. Y lo era, en efecto. Viendo el cuidado que ponía en su trabajo, no insistí más. Esa fue toda nuestra conversación. Cuando hubo apartado una pila de bellotas bien gruesas, contó grupos de diez. Al hacerlo, eliminóincluso las muy pequeñas o que estaban ligeramente agrietadas cuando las examinó más de cerca. Cuando tuvo delante de sí 100 bellotas perfectas, se detuvo y nos fuimos a acostar. La compañía de este hombre infundía paz.
A la mañana siguiente le pedí permiso para descansar allí todo el día. Lo encontró muy natural, o , para ser más exacto me dio la impresión de que nada podía sorprenderle. Este descanso no era absolutamente necesario, pero yo estaba intrigado y quería saber más. Hizo salir a su majada y la llevó a pastar. Antes de partir, puso en remojo, en un cubo de agua, el pequeño saco que tenía las bellotas tan cuidadosamente elegidas y contadas.
Advertí que, a guisa de bastón, portaba una barra de hierro del grueso de un pulgar y un metro cincuenta de largo. Haciendo que paseaba para descansar caminé en una ruta paralela a la suya. El lugar de pastoreo de sus animales estaba en el fondo de un valle. Dejó a la pequeña majada al cuidado del perro y comenzó a subir hacia donde yo me encontraba. Temí que viniera a reprocharme mi indiscreción, pero no era nada de esto, ese era su camino y me invitó a acompañarlo si yo no tenía nada mejor que hacer. Ascendió hasta unos 200 mts. de altura. Una vez llegado al lugar que deseaba alcanzar, clavó su barra de hierro en la tierra. Hizo así un agujero en el cual metió una bellota, y luego lo rellenó. Plantaba robles. Le pregunté si la tierra le pertenecía. Me respondió que no. ¿Sabía quienes eran sus dueños?. No lo sabía. Suponía que era una tierra comunal, o era posible que fuera propiedad de personas que no le interesaban para nada. No estaba interesado en conocer a los propietarios. Plantó así sus cien bellotas, con un cuidado extremado.
Después del almuerzo, volvió a escoger sus simientes. Durante tres años había estado plantando árboles en esa soledad. Había plantado cien mil. De estos, veinte mil habían salido. De estos veinte mil, contaba aún perder la mitad, por culpa de los roedores o de todo lo que es imposible de preveer en los designios de la providencia. Quedaban diez mil robles que crecerían en ese paraje donde nada había crecido antes.
Fue entonces que comencé a preguntarme acerca de la edad de este hombre. Tenía visiblemente más de cincuenta años. Cincuenta y cinco, me dijo. Se llamaba Elzéard Bouffierd. Había tenido una granja en las planicies. Había vivido su vida. Había perdido a su único hijo, luego a su mujer. Se había retirado a la soledad, donde su único placer era vivir lentamente, con sus ovejas y su perro. Había llegado a la conclusión de que esa región se moría por falta de árboles. Agregó que, no teniendo ocupaciones importantes, se había propuesto remediarlo.
Le dije que, en treinta años esos diez mil árboles serían magníficos. Me respondió, simplemente que, si Dios le daba vida, en treinta años plantaría tantos que los diez mil serían como una gota de agua en el mar. Además, estaba estudiando la reproducción de las hayas y tenía junto a su casa un vivero de hayucos. Había pensado igualmente en los abedules donde, me dijo había algo de humedad dormida a pocos metros de la superficie.
Al día siguiente nos separamos.
Al año siguiente vino la guerra del catorce, en la que me vi envuelto durante cinco años. Luego de este tiempo pude regresar. La región no había cambiado. No obstante, más allá del pueblo muerto, divisé en la lontananza una especie de bruma gris que recorría las colinas como un tapiz. Me encontré con él, se lo veía muy vigoroso. Había cambiado de oficio. No tenía más de cuatro ovejas pues ponían en peligro sus plantaciones de árboles, tenía una centena de colmenas. No se había preocupado mucho de la guerra, había continuado plantando árboles imperturbablemente. Los robles de 1910 tenían ahora diez años y eran más altos que nosotros dos. El espectáculo era impresionante. Me sentí literalmente sin palabras y, como él no hablaba, nos pasamos todo el día en silencio mientras paseábamos por su bosque. Este tenía, en tres secciones, once kilómetros en su máxima extensión. Cuando uno recuerda que todo esto había salido de las manos y el alma de ese hombre, sin recursos técnicos, uno comprende que los hombres pueden ser tan eficaces como Dios en otros dominios que no sean la destrucción. Él había seguido su plan, y las hayas que me llegaban al hombro, expandiéndose hasta donde alcanzaba la vista, lo testimoniaban. Los robles eran tupidos y me mostró admirables bosquecillos de abedules que tenían cinco años, es decir de 1915, les había hecho ocupar todas las hondonadas donde él suponía, con justa razón que había humedad a flor de tierra. Eran delicados como adolescentes y muy firmes.
La creación parecía haber actuado como una reacción en cadena. Él no se preocupaba, él proseguía obstinadamente su tarea, en toda su simplicidad. Pero al regresar hacia el pueblo, vi correr agua por arroyos que habían estado secos desde que el hombre tenía memoria. El viento había dispersado ciertas semillas. Al mismo tiempo que el agua reaparecía, reaparecían los sauces, los mimbres, los prados, los jardines, las flores, y una especie de razón de vivir. Pero la transformación se operaba tan lentamente que entraba en lo habitual sin provocar sorpresa.
Es por ello que nadie había tocado la obra de este hombre. Si hubiera sido detectado, hubiera tenido oposición.
A partir de 1920 no dejé pasar un año sin hacer una visita a Elzéard Bouffier. Nunca le vi flaquear ni dudar.
¡Y, por lo tanto, Dios sabe si Dios mismo empuja! No me había dado cuenta de sus sinsabores. Pero debemos imaginar que para obtener un éxito similar, es necesario vencer a la adversidad y luchar contra la desesperación. Durante todo un año había plantado diez mil arces. Todos se secaron. Después de un año, abandonó los arces para retomar las hayas, que brotaron casi mejor que los robles.
En 1933 recibió la visita de un guardabosques asombrado. Este funcionario le notificó que había una orden de no hacer fuegos que pudieran poner en peligro el crecimiento de este bosque natural. Era la primera vez, dijo aquel hombre ingenuamente, que veía que un bosque crecía solo. En 1935, una verdadera delegación administrativa vino a examinar el “bosque natural”. Decidieron que había que hacer algo y, afortunadamente, nada fue hecho, excepto la única cosa útil: poner el bosque bajo la protección del estado y prohibir el ir y venir de los carboneros.
Yo tenía un amigo entre los oficiales forestales que estaban en la delegación. Le expliqué el misterio. Un día de la semana siguiente nos dirigimos ambos en busca de Elzéard Bouffier. Lo encontramos en plena faena a unos 20 kilómetros del lugar de donde había tenido la inspección. El lado del que habíamos venido estaba cubierto con árboles de 6 a 7 metros de altura. El trabajo apacible y regular, el vigoroso aire de la montaña, la frugalidad, y sobre todo, la serenidad del alma habían dado a este viejo una salud casi solemne. Era un atleta de Dios. ¡Me pregunté cuantas hectáreas más de árboles cubriría todavía!. Mi amigo hizo simplemente una breve sugerencia. No insistió. “Por una buena razón - me dijo más tarde -, porque este buen hombre sabe más que yo”.
La obra no corrió ningún peligro serio, salvo durante la guerra de 1939. Los automóviles marchaban entonces con gasógeno, y nunca había suficiente madera, pero estas regiones estaban demasiado alejadas.
Vi a Elzéard Bouffier por última vez en junio de 1945. Tenía entonces 87 años. Yo había reemprendido entonces la ruta del desierto, había un autobús que me dejó en Vergons. En 1913 este poblado tenía tres habitantes. Todo había cambiado. El aire mismo. En lugar de las ráfagas secas y brutales que me habían recibido antaño, soplaba una brisa suave cargada de aromas. Un ruido semejante al agua llegaba de las montañas. Pero, lo más sorprendente de todo, escuché el verdadero murmullo del agua corriendo en una palangana. Vi que había sido construída una fuente, y que el agua fluía abundante, y que alguien había plantado junto a ella un tilo que parecía tener cuatro años, ya grueso. El poblado contaba con varias casas, rodeadas de jardines donde crecían, mezcladas pero en un cierto orden , legumbres y flores, coles y rosales, puerros y dragones, apios y anémonas. Era ahora un lugar donde daba ganas de vivir. Sobre los bajos flancos de las montañas vi pequeños campos de cebada y centeno; en lo profundo de los estrechos valles, empezaban a verdear algunas praderas.
Luego de 8 años en esos mismos lugares, se elevaban ahora granjas limpias, bien enlucidas, que denotaban una vida feliz y confortable. Los viejos cauces, alimentados por las lluvias y las nieves que retenían los bosques, eran remisos a correr. Se habían canalizado las aguas. Al lado de cada granja, en los bosques de arces, los estanques de las fuentes desbordaban sobre los tapices de menta silvestre. Los pueblos eran reconstruídos poco a poco. Se encontraba en los caminos hombres y mujeres bien alimentados, niños y niñas que sabían reír y se había recuperado el gusto por las fiestas campesinas. Más de diez mil personas debían su felicidad a Elzéard Bouffier.
Cuando pienso que un hombre solo, reducido a sus simples recursos físicos y morales, se bastó para hacer surgir del desierto este país de Canaán, me convenzo de que, a pesar de todo, la condición humana es admirable. Pero, cuando tomo en cuenta la infatigable grandeza del alma y la tenacidad en la generosidad necesaria para lograr este resultado, me siento imbuido de un inmenso respeto por ese viejo campesino inculto que tuvo a bien realizar esta obra digna de Dios.
Elzéard Bouffier murió apaciblemente en 1947 en el hospital de Banon.
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