YA QUE ELLOS NO IRÁN A SU BODA (De: la100.cienradios.com)
Ellos decidieron no ir a la boda de su hijo y su novio, entonces el yerno
decidió escribirles una emotiva carta que rápidamente se viralizó en redes.
La respuesta de este hombre a sus suegros por no asistir a su
casamiento ya que era una boda “gay”
Se llama James Y., o al menos ese es el seudónimo que utiliza en las
redes sociales para expresarse.
Recientemente publicó un artículo en el Huffington Post que dio la
vuelta al mundo; el mismo apareció en la edición en inglés y luego fue
traducido para la edición en castellano.
¿Por qué? Porque a corazón abierto les habla a sus futuros suegros, ya
que ellos avisaron que no asistirán a la boda de él y su hijo. El texto es un
llamado a la reflexión y al debate sobre el matrimonio igualitario.
“La noche que reservamos el lugar donde celebraríamos nuestra boda, la
madre de mi prometido llamó en estado de pánico porque había olvidado mandar
por correo el regalo que habían comprado para mi cumpleaños. Después de unos
minutos de charla, llegó el momento de agarrar el toro por los cuernos:
¿vendrían a la boda?
La dolorosa conversación que tuvimos puede resumirse en que no vendrían
porque ellos “respetan la Biblia”. Días más tarde llegó la carta de cumpleaños,
con una tarjeta de felicitación que decía “Con amor, de Russ & Pat”. Cada
mota de purpurina que salió del sobre se burlaba de nosotros.
Durante diecisiete años habían construido una convincente fachada de
aceptación. Por mi parte, hacía ya tiempo que me había comprendido con dolor
que cuando decían que rezaban “por
nosotros”, no lo hacían precisamente para que no tuviéramos un accidente
con el coche, ni para que Tim y su hermano hicieran las paces. Nunca lo habían
dicho en voz alta, pero la mentalidad de “ama al pecador, odia el pecado”
resultaba obvia. Razón por la que el regalo y la tarjeta terminaron en un sobre
acompañados de la siguiente carta:
20 de julio de 2015
Queridos Russ & Pat:
Por favor, leed esta carta hasta el final. Os escribo no para atacaros
o para menospreciar vuestras creencias. Sin embargo, sí me gustaría plantearos
el reto de examinar con detenimiento las acciones que habéis tomado en nombre
de esas creencias. Por favor, atended a lo que os digo. Para mí es importante
que entendáis lo sucedido. Mi único deseo es poder haceros unas preguntas
verdaderamente difíciles y suplicaros que las tengáis en cuenta antes de
ignorar por completo esta carta.
Lo primero, muchas gracias por la tarjeta de cumpleaños y la carta de
felicitación; la intención era buena, pero ojalá nos hubiera parecido sincera.
Si no por mí, al menos por vuestro hijo, Tim. Sé bien que le queréis (y que, de
hecho, nos queréis a los dos) de la mejor forma que sabéis. También sé que toda
una vida de adoctrinamiento hace difícil la reconciliación con otras verdades
contradictorias y mucho más difícil aún admitir que las creencias de uno son,
al menos en parte, erradas.
Pero resulta descorazonador que ni siquiera hagáis el intento de
comprender que el amor que sentís por vuestra propia sangre debería prevalecer
sobre unos textos religiosos escritos hace miles de años en una época en la que
la esclavitud era el statu quo, las mujeres eran un objeto y comer cerdo o
marisco estaba castigado con la muerte o el destierro. Nadie puede considerar
al pie de la letra cada uno de los postulados bíblicos como si fueran leyes.
Podéis protestar si queréis, pero todos conocemos, aunque sólo sea en parte, la
verdad de este hecho.
Russ, probablemente nunca rehuirías de tu mujer durante cierto periodo
del mes por considerarla impura hasta el punto de ni siquiera compartir con
ella los mismos utensilios de la casa. Pat,
Así que, ¿por qué aceptáis como leyes y verdades irrefutables las seis
referencias fugaces a los homosexuales en el Antiguo y el Nuevo Testamento?
¿Por qué no os planteáis al menos la posibilidad de que la forma en que las
Escrituras en relación a este asunto en concreto –como en tantos otros temas ya superados como la esclavitud,
el machismo, la repulsa del mestizaje– pudiera estar equivocada y contaminada
por prejuicios arcaicos, disfrazados de la falacia insidiosa de “ama al pecador
pero odia al pecado”? Ser gay no es una opción. No es una clase de adicción o
enfermedad que pueda ser curada.
Es una característica innata e inmutable. Rezar con la esperanza de que
la orientación sexual de una persona cambie tiene el mismo éxito que rezar para
que un tomate se convierta en un ladrillo.
Creedme. Yo mismo he desperdiciado varios años de mi juventud
intentando cambiar porque las personas que yo amaba y respetaba esperaban que
así lo hiciera. No quería tener que enfrentarme a lo que por aquel entonces me
parecía una eternidad de ostracismo y odio y soledad. Lo intenté una y otra
vez. No lo conseguí. Y me llevó mucho tiempo darme cuenta de que ese miserable
destino no era la consecuencia de ser gay, sino que era precisamente lo que me
esperaba si continuaba odiándome por ser quien soy. Por fin, conseguí entender
que ser gay es un rasgo innato, como lo son la altura o el color del pelo.
Después de todo, si no fuera algo natural, ¿no creéis que después de siglos de
denodados esfuerzos por su erradicación de la especie humana, habría muestras
de al menos un modesto éxito? Pero aquí seguimos.
Los gays como vuestro hijo y yo mismo no podríamos volvernos
heterosexuales por voluntad propia, igual que vosotros no podríais cambiar de
color de ojos. Y al igual que tener un color de ojos que nadie más comparte,
ser gay es también uno de los infinitos rasgos naturales y sanos del ser
humano. Nacimos gays y algún día, en un futuro lejano, moriremos gays. Al igual
que vosotros moriréis con el mismo color de ojos con el que nacisteis. Son
hechos biológicos y neuropsicológicos. Por tanto, cuando “odiáis el pecado” en
este caso, de hecho también estáis odiando al “pecador”.
La única opción que tenemos al respecto es cómo elegimos reaccionar
ante una manifestación perfectamente natural de la vida humana. Al principio,
mi madre no podía aceptarlo. Como vosotros, había sido educada en la creencia
de que los homosexuales, como vuestro hijo y yo, son unos monstruos depravados
y lascivos. Cuando no me quedó más remedio que salir del armario, a mi madre se
le planteó el dilema de, o bien creer en lo que otros le habían contado o
confiar en lo que le contaban sus propios ojos, su corazón, su mente y su alma.
Por fortuna, tras dos años enfrentándose con dificultad a sus propios
sentimientos con una sinceridad brutal, consiguió
aceptarme incondicionalmente.
Por eso a vosotros os otorgaba el beneficio de la duda. La experiencia me ha
enseñado que cuando las personas rechazan el miedo y se abren al amor, el
cambio es siempre a mejor.
Vuestro cariñoso comportamiento y vuestras muestras de amor hacia
nosotros durante las últimas dos décadas me habían hecho mantener la esperanza
de que nos reconocíais como una pareja comprometida, merecedores del mismo
respeto y dignidad de otras parejas casadas, como el hermano de Tim y su
esposa.
Nuestro matrimonio no se ha demorado por falta de ganas. De haber
podido casarnos cuando queríamos, ahora estaríamos celebrando nuestro 15.º
aniversario de boda y no planificando esta ceremonia cuando hace ya diecisiete
años que nos conocimos y enamoramos.
Así que lo admito, cuando Tim os llamó para
preguntar si asistiríais a nuestra boda y le respondisteis que ni siquiera
consideraríais estar presentes porque “es que no resultaría cómodo”…
para mí fue (y lo sigue siendo) una respuesta tan decepcionante como triste.
Sólo mirad a vuestro hijo. Tan sólo hay que mirarlo de verdad. Es una
persona cariñosa, comprensiva, generosa de espíritu, sincera, creativa,
ingeniosa, servicial y prodigiosa en tantísimos aspectos.
Y es inconcebible que no os dignéis a celebrar esta ocasión con él y a
quererle sin reservas como yo lo hago. En vez de eso, os centráis en una faceta
suya y lo condenáis porque otros os han dicho que es un rasgo detestable y
anormal. Puede que no lo demuestre, pero está profundamente apenado, porque
durante los últimos veinte años le habéis hecho sentir que le estabais
aceptando progresivamente y ahora todo parece una montaña de mentiras. Y esta
es una impresión que no puedo menos que compartir.
Espero que este no sea el caso. El optimista eterno dentro de mí confía
en que vuestro amor por él sea verdaderamente incondicional. Confío en que sea
una simple aunque desafortunada cuestión de que las contradicciones con vuestra
fe son tales que no estáis seguros de cómo proceder o qué sentir ante una situación
así. Confío también en que, a pesar de ello, terminéis por decantaros por el
amor en vez del miedo.
Pero el realista que también vive en mí teme lo contrario. En lo más
profundo de mí ser, me inquieta la posibilidad de que hayáis escogido interpretar
vuestra fe de la forma que os han inculcado en vez de permitiros amar a vuestro
hijo por completo y tal y como es. La única consecuencia este comportamiento es
un dolor lacerante para todos los que nos rodean.
Por favor, demostrad al realista dentro de mí que está equivocado. Os
estáis perdiendo lo que podría ser una relación maravillosa con vuestro hijo y
lo único que estáis consiguiendo son incómodas y breves conversaciones en las
que ocultáis vuestra incómoda verdad, en un intento desesperado de mantenerlo
en vuestra vida. Vosotros podéis hacerlo mejor, podéis hacer que sea real, que
sea sincero, que sea amor sin reservas. Vosotros queréis celebrar el regalo de
vuestro hijo tanto como yo, no esconderlo como si fuera algún sucio secreto.
Por otro lado, no queremos destruir el matrimonio ni redefinirlo.
Queremos ser parte de su elevada condición. Queremos anunciar ante el mundo
nuestros votos de amor y fidelidad mutuos, exclusivos del uno hacia el otro.
Puede que os sintáis incómodos con ello, puede que incluso aborrezcáis la idea
en sí misma. Pero es un hecho. Ahora que podemos hacerlo legalmente, nos
casaremos este otoño. Ojalá hubierais elegido estar ahí para participar del
festejo junto a
nosotros y a todos aquellos que consideramos nuestros seres queridos.
Pero la oportunidad ya ha pasado. El daño está hecho y me temo que no
hay vuelta atrás. Al margen de vuestros motivos, justificaciones o los futuros
intentos de reconciliación, el hecho es que habéis dado prioridad a las palabras
de un libro antiquísimo y al veneno que escupen los predicadores por encima del
amor por vuestro propio hijo.
Por esta razón, me veo obligado a devolveros vuestra carta y vuestro
regalo; es que no me siento cómodo conservándolos.
Con mi sincero amor y respeto,
James”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario