El célebre Maestro Tsukahara Bokuden atravesaba el lago Biwa sobre una
balsa con otros viajeros. Entre ellos se encontraba un samurai extremadamente
pretencioso que no paraba de vanagloriarse de sus proezas y su dominio del
sable. Pero Bokuden se mantenía alejado
tranquilamente y no parecía tragarse todas esas bagatelas. El samurai se dio
cuenta y, vejado, se acercó a Bokuden para decirle:
– Tú también llevas un par de sables. Si eres samurai, ¿por qué no
dices algo?
Bokuden respondió tranquilamente: – No me siento aludido por tus
historias. Mi arte es diferente al tuyo: no consiste en vencer a los demás sino
en no ser vencido.
El samurai se rascó la cabeza y preguntó: – ¿A qué escuela perteneces?
– A la escuela del combate sin arma.
– ¿Por qué llevas dos sables en ese caso?
– Eso me obliga a ser Maestro de mí mismo para no responder a las
provocaciones. Es un desafío sagrado.
El samurai, exasperado, continuó: – ¿Y piensas verdaderamente que
puedes combatir conmigo sin sable?
– ¿Por qué no? ¡Incluso es posible que te gane!
Fuera de sí, el samurai gritó al barquero que remara hacia la orilla
más cercana, pero Bokuden sugirió que sería mejor ir hasta una isla, lejos de
los hombres, para no provocar una multitud y estar así más tranquilos. El
samurai aceptó. Cuando la balsa alcanzó una isla deshabitada, el samurai saltó
rápidamente a tierra y desenvainó su sable, dispuesto al combate. Bokuden se
despojó cuidadosamente de sus dos sables, se los entregó al barquero y se dispuso
a saltar a tierra, cuando, de pronto, cogió la pértiga del barquero y empujó la
barca agua adentro, alejándose, impulsado por la corriente. El samurai se quedó
en la isla gesticulando de furia. Bokuden se volvió hacia él y le gritó: – ¡Esto es vencer sin arma!
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