ESPECIAL “NIÑOS ÍNDIGO”: LA EDUCACIÓN EN FINLANDIA
FINLANDIA: VIAJE POR UNO DE LOS MEJORES SISTEMAS EDUCATIVOS DEL
MUNDO Por Claudia Guzmán V.
(De: www.eltiempo.com)
Tienen pocas horas de clase y casi no hacen tareas, pero arrasan en las
temidas pruebas Pisa.
Si un niño quisiera escapar de la escuela, tal vez se preguntaría: ¿Qué
tan larga debe ser la escalera que necesito apoyar en ese muro de tres metros
que me separa del exterior? Esa interrogante se la hacen todos los finlandeses
en algún momento. Y no es porque planeen dejar el lugar donde comparten con sus
amigos desde los 7 años de edad, donde pasan apenas unas cinco horas al día,
donde no les dejan tareas para la casa y donde no les cobran por estudiar ni
por comer.
No. Ellos se harán esa pregunta –jugando con triángulos y cuadrados de
papel de colores– porque un profesor les pedirá imaginar lo inimaginable y, de
paso, llegar por ellos mismos a lo que Pitágoras declaró 22 siglos atrás.
Calcular la hipotenusa de un triángulo rectángulo es algo que los niños finlandeses,
beneficiarios del mejor sistema de educación del mundo, saben hacer y no recitar.
Es algo que tuvieron que descubrir y no memorizar.
El mundo entero se ha empeñado en entender el sentido que se le da al
aprendizaje en Finlandia desde que la primera prueba Pisa, aplicada en el 2000
por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde),
demostró que ese país nórdico, de apenas cinco millones de habitantes, tenía el
mejor sistema educativo.
Pisa, el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (sigla en
inglés), se aplica actualmente en 65 países para evaluar las competencias de
las personas de 15 años en las áreas de lenguaje, matemática y ciencias. El
sentido del examen no es medir conocimientos específicos, sino qué tan preparados
para la vida adulta están los jóvenes; en otras palabras, cómo aplican lo que
han aprendido en las escuelas hasta esa edad.
“Todo el mundo cree que tiene el mejor sistema hasta que decide
comparar. Y lo que sucedió con Finlandia fue una sorpresa para ellos también.
No sabemos exactamente cuál es la variable que lleva al éxito de un sistema
educacional, porque no hay una fórmula mágica, pero el caso finlandés es
perfecto para ver que la conjunción de muchas variables únicas puede llevar a
algo asombroso”, comenta desde París el analista Pablo Zoido, de Pisa.
El experto de la Ocde, organización que agrupa a las economías más
desarrolladas del mundo, destaca en primer lugar que el modelo finlandés es muy
inclusivo, pues no existe la selección de estudiantes. Más del 90 por ciento de
las escuelas son públicas y dependen de los municipios, de manera que los niños
se matriculan –por ley– en la que tienen más cerca de su casa, reflejando
también la escasa segregación social del país. Que el hijo de un doctor estudia
junto al hijo de un albañil es un leitmotiv educacional.
Otro factor muy propio de Finlandia es que se retrasa el inicio de la
escolaridad básica hasta los 7 años. Según los estudios cognitivos realizados a
los niños, solo en ese momento del desarrollo de los niños es adecuado comenzar
a leer.
“La tendencia mundial es que la escolarización comience cada vez más
temprano –dice el especialista de la Ocde–, pero Finlandia ya es un caso real
de estudio solo por retrasarla”.
En la educación preescolar, que dura obligatoriamente un año y que se
imparte en jardines
infantiles o en la casa de
educadores certificados, solo se realiza estimulación temprana de la
socialización. En Finlandia nadie busca tener niños genios para presumir ante
los amigos o para postularlos a un colegio de élite, porque no hay.
“Se respeta mucho el ritmo de cada niño. Para nosotros es muy
importante la atención especial de los niños que requieren más ayuda. También
tenemos niños hiperquinéticos (hiperactivos) o con déficit de atención, pero no
los obligamos a tomar clases separadas", asegura Emilia Ahenjarvi,
académica finlandesa.
Tenemos un equipo de apoyo que trabaja con ellos dentro de la misma
clase, desde muy temprana edad. Por eso, nunca un niño repetirá el curso, lo
que afectaría su autoestima. A lo sumo cursará un último año de escolaridad
básica -un décimo año, pues el ciclo dura hasta el noveno- antes de ir a la
secundaria”, apunta Emilia Ahvenjärvi, académica finlandesa que visitó Chile a
petición de la Embajada de su país.
Necesidad = oportunidad
El modelo finlandés fue reformado a comienzos de los 70, luego de casi
una década de debate parlamentario sobre qué tipo de educación se necesitaba.
En los años 50, Finlandia estaba diezmada por las consecuencias de la Segunda
Guerra Mundial, y su economía básicamente agraria tenía como eje la explotación
forestal. Se requerían nuevas competencias y el acuerdo fue dárselas a toda la
población, no a los más ricos ni a los mejores.
Hoy, el país no solo figura como uno de los mejor educados, sino que
también acumula envidiables índices en felicidad, competitividad e innovación.
Tony Wagner, doctor en educación y profesor residente del Laboratorio
de Innovación de Harvard, se sintió atraído hace un par de años por el exitoso
sistema y viajó a realizar el premiado documental El fenómeno finlandés.
Durante dos semanas visitó escuelas, participó en clases, se entrevistó con
autoridades, niños, profesores y padres, y vio sobre el terreno otra de las
claves del milagro local: la importancia que se le da al profesor.
Ser maestro en Finlandia es más difícil que convertirse en ingeniero o
doctor. Solo uno de cada diez aspirantes a estudiar pedagogía logran ingresar,
y quienes quieren ejercer la profesión necesitan como mínimo tener un grado de
magíster en educación. Nadie se hace rico siendo profesor, pero las brechas
salariales son mínimas en ese país, donde la mitad de los egresados opta por
una educación técnica y no profesional.
“Finlandia cambió su educación no a partir de una crisis por los bajos
resultados en pruebas internacionales, sino por una necesidad real –destaca
Wagner–. Y cuando un país acuerda poner la educación en primer lugar hay que
tomar medidas, como cerrar el 80 por ciento de las escuelas de pedagogía y
dejarlas solo en las universidades de élite. Así te aseguras de que solo los
mejores lleguen a ser profesores y de que, dada su formación intelectual, no
requieran de un proceso externo de evaluación”.
En Finlandia, destacan todos, no existe un sistema estatal de
evaluación docente. Cada profesor está constantemente investigando y auditando
su propio desempeño, sin necesidad de que lo controle una autoridad más allá de
su propia comunidad escolar. Además, el currículo nacional de materias es –en
palabras del experto de Harvard– “absurdamente” pequeño, y cada escuela tiene
libertad para adoptar uno complementario, con énfasis en las artes, la
tecnología o las lenguas. La metodología también está abierta a la innovación.
Marleen Westermeyer, chilena de 21 años y estudiante de Pedagogía en la
Universidad de la Frontera, tuvo la oportunidad de pasar un semestre allá
gracias a una beca del Ministerio de Educación finlandés. “Lo primero que llama
la atención es que todos los niños y el profesor se quitan los zapatos. En
otras palabras, el aula es un espacio donde no hay ni siquiera la represión simbólica
de usar calzado. Tampoco se usa uniforme, el pelo puede ser largo en los
hombres o de colores en las niñas, y las uñas pintadas dan igual”, comenta
ella.
“Recuerdo una clase de literatura, de sexto, donde hablaban de Aleksis
Kivi, autor de Los siete hermanos, el libro más importante del país. La lección
consistió en pasar el video de una representación teatral de esa obra,
¡protagonizada por el profesor cuando era estudiante! Ese es el tipo de cosas
que un alumno no olvida jamás”, sentencia Westermeyer.
Westermeyer también recuerda que cuando se trataba de materias
técnicas, como artes manuales, el nivel de los niños de 12 años era revelador.
“Manejaban máquinas Bosch para trabajar la madera sin problemas, sin miedo y
con total responsabilidad. Tienen la madurez para responder a la confianza que
se les da”, cuenta.
“Quizás nuestro secreto es la confianza –concede la académica Emilia
Ahvenjärvi–. Confiamos en que la escuela más próxima a nuestra casa será buena,
en que el profesor sabrá enseñar y en que el niño aprenderá. Es una
particularidad de nuestra sociedad que recién descubrimos hace un par de años,
después de tratar de responder tantas veces a las preguntas sobre el secreto de
nuestra educación. Yo he visto que en otros países eso no se da. Siempre hay
desconfianza, necesidad de hacer rankings, de segregar, de hacer más pruebas
para saber qué alumno es mejor, qué profesor es mejor, qué escuela es mejor.
Las pruebas segregan y no son la solución”.
El sistema de evaluación es otra de las particularidades del esquema
finlandés. Los objetivos de aprendizaje no se miden por las materias
aprendidas, sino por la constante interacción de esos contenidos con otros
aspectos, como la socialización o la resolución de problemas. De hecho, las
pruebas formales de materias específicas suelen iniciarse recién en el quinto
año de educación básica.
“Allá todo es peculiar: los niños empiezan la escuela un año más tarde,
tienen jornadas más cortas, el año escolar es más breve y dejan apenas el 10
por ciento de las tareas para el hogar. Aun así, sus marcadores son los más altos.
Y, además, tienen más tiempo para jugar y hacer actividades extraescolares,
algo que, como muestran las investigaciones, es casi tan importante para el
desarrollo como la educación formal”, destaca Wagner, coautor de El fenómeno
finlandés.
Este experto se ha transformado en uno de los mayores críticos del
sistema estadounidense, basado en tratar de obtener buenos resultados en las
mismas pruebas donde Finlandia se destacó sin proponérselo. “Seguimos creyendo
que incrementar los puntajes en las pruebas mejorará el desempeño de un país. Y
el problema es que esos resultados no nos dicen absolutamente nada sobre el
mundo del trabajo o la capacidad de los ciudadanos para adaptarse al siglo XXI
–afirma–. En segundo lugar, como profesores hacemos apuestas tan altas por esas
pruebas que estamos pervirtiendo los incentivos de nuestro sistema educativo.
¿Por qué? Porque realmente hay un solo currículo en nuestra escuela: la
preparación de las pruebas. En Estados Unidos estamos muy equivocados, y lo
peor es que casi todo el mundo nos está siguiendo”.
La Ocde, creadora de las pruebas Pisa, también tiene claro que la
evaluación debe cambiar. De hecho, el test que se aplica cada tres años viene aplicando
categorías nuevas, como una enfocada a medir el grado de felicidad y otra sobre
la resolución de problemas en forma creativa.
La inmigración, un desafío
Mientras tanto, los profesores finlandeses siguen liderando un
constante proceso de autocuestionamiento e innovación. “Tenemos nuevos desafíos,
como integrar a la inmigración –dice Emilia Ahvenjärvi–. Debemos capacitar al
profesorado para esa realidad, y por eso es importante estrechar lazos con el
resto del mundo. Hoy, el intercambio en educación es para nosotros un sector
económico más”.
En Finlandia no se preguntan demasiado sobre los índices
internacionales que los revelaron al mundo en el 2000, pero que en el 2012 los
sacaron de los primeros puestos del ranking Pisa, cediendo espacio a naciones
asiáticas. En el país escandinavo están ocupados planteándose
objetivos que todavía no tienen medición.
“Todos los que trabajamos en educación sabemos que las pruebas se
pueden trucar, preparar. Y eso es lo que pasa en Corea o Singapur. He visto a
los niños pasar diez horas al día preparando un test internacional. Eso no es
educación”, critica Wagner.
Él, que ha recorrido el mundo para atestiguar las fortalezas de los
diferentes sistemas de enseñanza y que es toda una autoridad de la prestigiosa
Universidad de Harvard, confiesa entre risas culpables: “Yo no me sé el Teorema
de Pitágoras, porque nunca nadie me dijo para qué podía servirme. Lo que
Finlandia entendió antes que nadie es que la era del conocimiento se acabó. Ya
no tiene valor saber más que la persona que tienes al lado, porque esa persona
puede 'googlear'. Vivimos en la era de la innovación, en la que hay que saber
aplicar lo que se sabe. Eso es lo que lleva a aprender”.
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