La paz llega, está, se mantiene, pero solo la encuentro desde el
silencio más hondo y profundo.
Desde aquel lugar, en aquel punto único y exclusivo en el que todo el
afuera deja de tener sentido para mí, incluyendo mi propia mente. Los ruidos
del exterior son solo eso, ruidos que pasan tan
rápido y vertiginosamente cual si fueran miles de pájaros volando en el
cielo más arremolinado.
Los autos aceleran su marcha, los vecinos gritan, mis hijos ponen
música, las sirenas se oyen a lo lejos, pero en lo personal, nada logra sacarme
de esa paz increíble que se traslada desde mi interior.
¿Cómo explicarte el silencio cuando te estoy hablando de distintos
murmullos a mí alrededor? ¿Cómo explicarte que esta intensidad lumínica viene
desde lo más profundo e intenso de mí?
¿Es fácil lograrlo? Te diría que conlleva todo un gran trabajo.
Quisiera poder llegar a esos estados siempre, pero aún estoy aprendiendo tal
cual lo haces vos, vos y vos. En este plano terrestre soy un simple ser humano
dando pasitos para la evolución. Trabajando mucho para lograrlo, eso sí, pero
muchas veces tengo que volver a empezar. Siendo totalmente consciente ya de que
un tropezón no es caída y de que siempre me tengo que volver a levantar para
continuar creciendo. Si hay algo que aprendí, es que continuamente tengo que
lograr renacer como el ave fénix, muriendo y renaciendo de mis propias cenizas.
Ciclos tras ciclos de aprendizajes. Uno tras otro van llegando y yo aquí los
espero.
En este viaje de crecimiento, voy navegando por las aguas y sintiendo a
dónde está mi quietud interna y personal.
Entonces, miro apenas de soslayo el ruido que hacen los demás y sigo mi
rumbo y mi recorrido transitando hacia otra dirección.
A veces la rueda de aprendizajes me sitúa en lugares por demás
contaminados, donde es imposible, casi te diría, encontrar el espacio a donde
el silencio traiga la calma sanadora a mi interior, entonces intento sobrevolar
como un águila y tomar consciencia de que es aquello que realmente quiero o no
para mi vida. Y sé positivamente que hay cosas que ya dejo y continuaré dejando
afuera.
Todo aquello que atrase mi proceso. Todo lo que no respete mis
creencias, mi forma de ser, mi forma de vida… ya no tiene lugar en mí y para
mí.
Elijo solo la felicidad. La felicidad que nace de la simple observación
de esa paz que me trae el silencio interior. Que nace de ser consciente del
todo, de ver a la naturaleza como una parte de mí, y reconocerme como parte de
ella. De ver al Universo como parte de mí y reconocerme como una parte
integrante de la totalidad.
Y entonces, en mi elección quedan relegados los distintos métodos de
distracción que la oscuridad utiliza para ganar terreno convirtiendo a las
personas en zombis, mirando y escuchando permanentemente todo lo malo y
convirtiéndose en un terrible apéndice del miedo y de la destrucción. Sin darse
cuenta, van siendo carcomidos por esa energía oscura y a su propia luz le
cuesta mucho empezar a brillar.
Pero… ¿Qué pasaría si cada uno de esos individuos pudiera volverse consciente? Si pudieran
entender que las radios, los televisores y aquellos que solo se les acercan
para hablar de violencia o tragedias o victimizaciones, o culpabilizándolos, deberían quedar por completo erradicados de
sus vidas.
¿Qué pasaría si todos los individuos cerraran por completo las puertas
a la oscuridad y decidieran abrir su corazón para realmente ser? ¡Si por unos
minutos cada día, lograran empezar a respirar en forma totalmente consciente! ¡
Si pudieran sentirse y sentir, si pudieran escuchar “el silencio” y entonces
lograrían por fin encontrarse!.
Ese es mi deseo. Una humanidad que dentro de su silencio interno puedo
encontrar su paz, pueda encontrar su felicidad, y desde ese silencio logre
trascender en el camino de la evolución
terrestre.
Namasté
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