LA CAMISA DEL HOMBRE FELIZ (Nº 98)
Había una vez un rey cuya riqueza y poder eran tan inmensos, como eran
de inmensas su tristeza y desazón.
- Daré la mitad de mi reino a quien consiga ayudarme a sanar las
angustias de mis tristes noches- dijo un día. Desde los confines de la tierra
mandaron traer a los sabios más prestigiosos y a los magos más poderosos de
entonces, para ayudarles a encontrar el remedio buscado.
Pero todo fue en vano, nadie sabía cómo curar al monarca.
Una tarde, finalmente, apareció un viejo sabio que les dijo: - Si
encontráis en el reino un hombre completamente feliz, podréis curar al rey.
Tiene que ser alguien que se sienta completamente satisfecho, que nada le falte
y que tenga acceso a todo lo que necesita. Cuando lo halléis -siguió el
anciano- pedidle su camisa y traedla a palacio. Decidle al rey que duerma una
noche entera vestido solo con esa prenda y despertará curado.
Los consejeros se abocaron de lleno y con completa dedicación a la
búsqueda de un hombre feliz, aunque ya sabían que la tarea no resultaría fácil.
En efecto, el hombre que era rico, estaba enfermo; el que gozaba de
buena salud, era pobre. Aquel, rico y sano, se quejaba de su mujer y ésta, de
sus hijos.
Finalmente, una noche, muy tarde, un mensajero llegó al palacio. Habían
encontrado al hombre tan interesantemente buscado. Se trataba de un humilde
campesino que vivía al norte en la zona más árida del reino. Cuando el monarca
fue informado del hallazgo, este se llenó de alegría e inmediatamente mandó que
le trajeran la camisa de aquel hombre, a cambio de la cual deberían darle al
campesino cualquier cosa que pidiera.
Los enviados se presentaron a toda prisa en la casa de aquel hombre
para comprarle la camisa y, si era necesario –se decían- se la quitarían por la
fuerza...
El rey tardó mucho en sanar de su tristeza.
De hecho su mal se agravó bastante cuando supo que el hombre más feliz de su reino, quizás el único totalmente feliz,
era tan pobre, tan pobre... que no tenía ni siquiera una camisa.
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