Un rey convocó en una ocasión un
concurso para premiar al artista capaz de realizar una obra que imitase a la
naturaleza, de tal modo que nadie fuera capaz de distinguirla del modelo
original
Se presentaron muchas esculturas
magníficas, de gran belleza y delicadeza, pero comparadas con el modelo
natural, todas ellas podían ser diferenciadas por un motivo u otro. Pero un día
se presentó un viejo artista que mostró al jurado una cesta llena de hojas
verdes.
Durante años había estado el
escultor trabajando con absolutamente idéntica a unas hojas de verdad. Hasta el
más mínimo detalle, hasta el más ligero matiz estaban presentes en aquella
escultura excepcional.
Examinadas las hojas presentadas
por el viejo escultor, ninguno de los presentes fue capaz de distinguir cuál de
todas ellas era la pieza artificial y cuáles eran las naturales.
Lógicamente, el premio le fue
concedido de inmediato. Feliz por aquel resultado, el rey mandó llamar a su
sabio consejero.
-Contempla, mi buen amigo, la
obra maestra que ha ganado el concurso. Seguro que nadie es capaz a simple
vista de distinguirla de unas hojas verdaderas. Este irrepetible artista ha
estado trabajando más de diez años en su obra, y ha demostrado que la mano del
hombre es capaz de igualar en belleza a la naturaleza. Me gustaría conocer tu
opinión.
-Mi opinión es que si un árbol
tardase más de diez años en hacer unas hojas, ¡no podríamos ni siquiera
existir!-contestó el consejero entre risas.
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