Un médico caminaba por la orilla de un ancho río. De repente empezó a
oír unos gritos procedentes del agua. Alguien que se estaba ahogando pedía
socorro.
Aquel médico sin pensárselo dos veces se lanzó al agua y después de
hacer un esfuerzo ímprobo, consiguió acercar a esa persona hasta la orilla.
Mientras le prestaba asistencia comenzó a oír nuevos gritos de auxilio. Otro
más, ¿cómo era posible?
De nuevo se lanzó al río y salvó a aquella segunda persona. A pesar del
cansancio y de los frenéticos latidos de su corazón, el médico estaba
satisfecho porque había salvado dos vidas. De pronto, nuevos chillidos lo
sacaron de su estado de complacencia. Un tercer individuo imploraba su ayuda
desde el río.
El médico que estaba exhausto no se planteó nada, simplemente se lanzó
al agua y rescató a aquel hombre. Lo que en ningún momento el médico se imaginó
fue la posibilidad de que hubiese alguien tirando a la gente al río.
La causa del agotamiento del aquel médico era que se pasaba el día
apagando fuegos, solucionando problemas, rescatando gente. El origen el
problema era que había alguien en la parte alta del río que se estaba
encargando de tirar a la gente al agua.
Hasta que ese médico no se las ingenie para encontrar el origen del
problema, las causas de su agotamiento no desaparecerán.
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