Cuenta una antigua fábula hindú, que había tres hombres muy sabios, buscadores del “Sagrado Elefante Blanco”, el cual no era simplemente un mito para ellos, sino un verdadero ejemplar viviente de la más elevada Divinidad, pues Él representaba la “VERDAD MÁS
EXALTADA”.
Eran tres insaciables peregrinos, embarcados en la más noble
exploración de los Misterios Universales. Tres ancianos, venerables, inquietos
como los niños, y con una mente capaz de abarcar lo inesperado, lo nuevo, lo
trascendental. Los tres tenían una peculiaridad física y es que eran ciegos de
nacimiento, pero para ellos eso no era ningún obstáculo que les impidiese
continuar su búsqueda sagrada, ya que como es sabido, son los ojos muchas veces
los que nublan y ciegan la realidad. – Porque para los ojos físicos todo son
apariencias, pero para el sabio que reconoce esto, mira con los ojos de alma,
con los ojos de la intuición.
Tras buscar por varias ciudades, exhaustos llegaron a un poblado
sencillo donde un anciano lugareño, amablemente, les indicó dónde, según decían
los antiguos sabios del poblado, podían encontrarlo. Estaban ya, ciertamente,
muy cerca, y con decisión y firmeza, henchidos de alegría se introdujeron en el
interior de la selva.
Anduvieron durante toda la mañana y como eran ciegos agudizaron al
máximo sus otros sentidos. Cayó la tarde y los tres estaban exhaustos, pero
seguían buscando con entusiasmo, entusiasmo digno de los verdaderos buscadores,
y ¡por fin!, los tres oyeron y hasta olieron la inmanente presencia del Grande y
“Sagrado Elefante Blanco”. Profundamente
emocionados, y como si de un relámpago se tratase los tres ancianos salieron
corriendo a su místico encuentro. Había llegado el momento, el mágico encuentro
entre lo buscado y el buscador, entre lo profundamente invocado y la respuesta
de una evocación divina, a la altura del tesón y la perseverancia mantenida
durante años, incluso vidas… Uno de los ancianos se agarró fuertemente a la
trompa del elefante cayendo de inmediato en profundo éxtasis, otro con los brazos
completamente abiertos se abrazó con poderosísima fuerza a una de las patas del
paquidermo y el tercero se aferró amorosamente a una de sus grandes
orejas. Cada uno de ellos experimentó,
sin lugar a dudas, un sin fin de emociones, de experiencias, de sensaciones,
tanto internas como externas, y cuando ya se habían colmado por la bendición
del Sagrado Elefante, se marcharon, eso sí profundamente transformados.
Regresaron a la aldea y en una de las chozas los tres en la intimidad
relataron y compartieron sus experiencias. Pero algo extraño empezó a ocurrir,
empezaron a elevar sus voces y hasta a discutir sobre la “Verdad”. El que
experimentó la trompa del elefante dijo: la “Verdad” (que era la representación
del Sagrado Elefante Blanco) es larga, rugosa y flexible; el ciego anciano que
experimentó con la pata del elefante dijo: eso no es la verdad, la “Verdad” es
dura, mediana, como un grueso tronco de árbol; el tercer anciano que experimento
la oreja del paquidermo, indignado por tantas blasfemias dijo: la “Verdad” es
fina, amplia y se mueve con el viento. Los tres, no se comprendían y decidieron
marcharse cada uno por su lado.
Cada uno por su camino, viajaron por muchos países, haciendo de su capa
un sayo, y difundiendo su verdad.
Crearon tres grandes religiones y fue rápida su expansión.
Esto fue posible porque tocaron la “VERDAD” y la predicaron
honestamente por todo el mundo desde el corazón. Los tres buscadores, habían
llegado a encontrar la Divinidad, pero no percibieron su amplitud, sino que se
limitaron a experimentar una parte, no el Todo, por lo tanto, aunque sinceros
en su búsqueda y en su servicio, erraron en su propia limitación mental.
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