VOLVER A EMPEZAR (Nº 103)
Son tan vertiginosos estos tiempos, tan intensos, que últimamente cada
vez que sale publicada mi columna, casi 20 días después de que fue escrita por mí,
siento que ya estoy atrasada en mis conceptos.
Todo gira tan rápidamente para transmutar, para sanear, para hacer
brillar a nuestro Ser Superior que en un solo parpadeo todo muta y ya nada
vuelve a ser como era entonces.
Cada cambio personal o social que veamos, cada quite de máscaras, cada
situación por la que debamos pasar, nos va conduciendo cada vez más a terminar
de despojarnos por completo de los pesados ropajes del “deber ser”, de las
viejas creencias de que todo debe ajustarse a lo que la sociedad nos fue
marcando durante tantos eones.
Entonces el Universo, Dios, el Cosmos o como quieras llamarlo, nos
invita a “soltar” lastres y a “percibir” desde lo más profundo de nuestro
corazón que es lo que se está operando en nosotros como individuos y en la
totalidad de nuestro amado Planeta y de nuestra humanidad.
Cosas impensadas van surgiendo, algunas tales como las que ya te he
mencionado en algunos números anteriores en esta columna, que tienen que ver
por ejemplo con la figura del Papa Francisco y los cambios que ya está marcando
en la Iglesia Católica.
Pero también a nivel mundial se están dando grandes “limpiezas y depuraciones”, tales como las que en nuestro
país se vivieran con las grandes inundaciones de algunos puntos de la Capital
Federal y sobre todo de La Plata.
Ante esas situaciones límites, tan duras y tan dolorosas, las personas
damnifica das son puestas obligatoriamente a “volver a empezar”… En la mayoría
de los casos practican el “desapego”, uno de los más duros aprendizajes que nos
toca vivenciar a los humanos, de una manera impensada y obligada. En algunos
casos esto conlleva desapegarse de seres queridos que partieron de viaje eterno, en este caso por la inundación, pero
cualquier tornado, tsunami o lo que fuera es lo mismo, y en otros casos, las
personas pierden ante estos catastróficos hechos todas sus pertenencias, todos
sus recuerdos, sus casas, su confort, su seguridad… Y tienen que de a poco
sacudirse su dolor, y volver a caminar. Pasito a pasito, poco a poco para darse
cuenta de que están vivos y que tendrán las fuerzas suficientes para volver a
desplegar sus alas y volver a ser, pero esta vez siendo totalmente diferentes,
dando prioridad a otros valores en sus vidas, seguramente transitando un camino
de mucha más sabiduría interior, de mucha más fortaleza.
Estos momentos, llevan a que aquellos que estamos transitando el camino
de los guerreros de la luz, observemos y cada vez intentemos soltar más las
cosas materiales, cada vez nos pongamos más en los zapatos del otro para
intentar darle una palmadita en su hombro o un abrazo que le ayude a sanar su
corazón. Nos lleva a tratar de ayudar en la medida de nuestras posibilidades y
de acuerdo a la distancia, por supuesto; sea actuando directamente junto a
nuestros hermanos o bien intentando
colaborar con ropas, alimentos o cualquier cosa que hiciera falta, así como
ayudando en el lugar con cualquier cosa que cada uno de nosotros sepamos hacer.
Y, si nos ubica a distancia, simplemente mantener una empatía con los
damnificados y concentrarnos en enviarles LUZ, AMOR, FUERZAS… Visualizarlos y
en nuestro interior repetir en continuo las palabras: “Gracias, lo siento, te
amo” “Gracias, lo siento, me amo”. No importa la distancia, lo único importante
en estos momentos terrestres es armar una verdadera RED DE LUZ que ayude a
producir mucho más rápido la sanación, la transformación, tanto de las personas como de los lugares.
En estos tiempos que corren tenemos la obligación de ser totalmente
conscientes de que todos somos hermanos, de que todos somos luz y amor y que
todos surgimos de la misma semilla celestial. Y desde ese lugar, con esa consciencia
amplificada trabajar en el envío de lo que somos para ayudar a sanar.
NAMASTÉ!
No hay comentarios:
Publicar un comentario