(De: www.luzysabiduria.com)
Un día, cuando era estudiante de secundaria, vi a un compañero de mi
clase caminando de regreso a su casa. Se llamaba Kyle. Iba cargando
todos sus libros y pensé: "¿Por que se estará llevando a su casa
todos los libros el viernes? Debe ser un "traga".
Yo ya tenía planes para todo el fin de semana: fiestas y un partido de
fútbol con mis amigos el sábado por la tarde, así que me encogí de hombros y
seguí mi camino.
Mientras caminaba, vi a un montón de chicos corriendo hacia él. Cuando
lo alcanzaron le tiraron todos sus libros y le hicieron una zancadilla que lo
tiró al suelo. Vi que sus gafas volaron y cayeron al suelo como a tres metros
de él. Miró hacia arriba y pude ver una tremenda tristeza en sus ojos.
Mi corazón se estremeció, así que corrí hacia él mientras gateaba
buscando sus gafas. Vi lágrimas en sus ojos. Le acerqué a sus manos sus gafas y
le dije, "esos chicos son unos tarados, no deberían hacer esto".
Me miró y me dijo: "¡gracias!". Había una gran sonrisa en su
cara; una de esas sonrisas que mostraban verdadera gratitud. Lo ayudé con sus
libros. Vivía cerca de mi casa. Le pregunté por qué no lo había visto antes y
me contó que se acababa de cambiar de una escuela privada. Yo nunca había conocido a alguien que fuera a
una escuela privada.
Caminamos hasta casa. Lo ayudé con sus libros; parecía un buen chico. Le pregunté si quería jugar al fútbol
el sábado conmigo y mis amigos, y aceptó.
Estuvimos juntos todo el fin de semana. Mientras más conocía a Kyle, mejor nos caía, tanto a mí
como a mis amigos.
Llegó el lunes por la mañana y ahí estaba Kyle con aquella enorme pila
de libros de nuevo.
Me paré y le dije: "Hola, vas a sacar buenos músculos si cargas todos esos libros todos los días".
Se rió y me dio la mitad para
que le ayudara.
Durante los siguientes cuatro años nos convertimos en los mejores
amigos.
Cuando ya estábamos por terminar la secundaria, Kyle decidió ir a la Universidad de Georgetown y yo a la
de Duke. Sabía que siempre seríamos
amigos, que la distancia no sería un problema. El estudiaría medicina y yo administración, con
una beca de fútbol.
Llegó el gran día de la Graduación. El preparó el discurso.
Yo estaba feliz de no ser el que tenía que hablar. Kyle se veía
realmente bien. Era uno de esas personas que se había encontrado a sí mismo
durante la secundaria, había mejorado en todos los aspectos, se veía bien con sus gafas.
Tenía más citas con chicas que yo y todas lo adoraban.
¡Caramba! algunas veces hasta me sentía celoso... Hoy era uno de esos días.
Pude ver que él estaba nervioso por el discurso, así que le di una
palmadita en la espalda y le dije: - "Vas a estar genial, amigo".
Me miró con una de esas miradas (realmente de agradecimiento) y me
sonrió: "Gracias", me dijo.
Limpió su garganta y comenzó su discurso: "La Graduación es un
buen momento para dar gracias a todos aquellos que nos han ayudado a través de
estos años difíciles: tus padres, tus maestros, tus hermanos, quizá algún
entrenador... pero principalmente a tus amigos. Yo estoy aquí para decirles que
ser amigo de alguien es el mejor regalo
que podemos dar y recibir y, a este
propósito, les voy a contar una historia".
Yo miraba a mi amigo incrédulo cuando comenzó a contar la historia del
primer día que nos conocimos.
Aquel fin de semana él tenía planeado suicidarse. Habló de cómo limpió
su armario y por qué llevaba todos sus libros con él: para que su madre no
tuviera que ir después a recogerlos a la escuela. Me miraba fijamente y me
sonreía. "Afortunadamente fui
salvado. Mi amigo me salvó de hacer algo
irremediable". Yo escuchaba con asombro como este apuesto y popular
chico contaba a todos ese momento de debilidad. Sus padres también me miraban y
me sonreían con esa misma sonrisa de gratitud.
En ese momento me di cuenta de lo profundo de sus palabras: "Nunca
subestimes el poder de tus acciones: con un pequeño gesto, puedes cambiar la
vida de otra persona, para bien o para mal. Dios nos pone a cada uno frente a la vida de otros
para impactarlos de alguna manera".
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